He querido participar en el blog de mi entrañable amigo Emilio, quien cariñosamente me llama “La poetisa”, con uno de mis poemas sociales más estimados ganador del XXXII concurso de poesía Cafetín Croché de San Lorenzo del Escorial. Quizá escribir o leer poesía es hallar algo esencial, un placer intelectual que no se logra en otros ámbitos de la vida, por eso, cuando concibo un poema y late y se arregla las plumas y busca nido en el corazón de otra persona, sé que estoy haciendo algo sagrado, tan frágil como la gota de lluvia que resbala por una hoja en medio de un bosque y nadie ve.
En ese instante, siento vencida la muerte.
CONDENADOS A LA ESPERANZA
Sólo el que no ama al prójimo
anda libre de melancolía,
indiferente al alma húmeda del paisaje.
No llueve para él, no llueve para ella.
Están salvados de la incertidumbre,
no tienen que confesar que sufren
hasta el tuétano de la belleza,
hasta detrás de los espejos,
hasta la última hoja muerta.
Nunca llevan desaliento en los zapatos,
ni han de claudicar a oscuras,
ni tragarse las derrotas
de los hombres mal borrados.
Guardan el llanto a buen recaudo
y el frío sólo les es propio
y la niebla no les roba un sueño,
ni la ciudad es un cofre
y el corazón una soledad llamando.
Jamás rezarán a las sombras
por esa voz que llora de lejos,
ni tendrán una piel ajena en la memoria
o un niño ahogado en su playa.
No perderán migajas de mirada triste;
ni arrojarán la piedra de la impotencia,
ni saldrán a una calle de casas ausentes
con un hueco entre los brazos.
Olvidarán al que se detuvo a quererles,
cada maldito dolor de ser feliz,
con estas manos rotas de gotear caricias,
enredadas en el metal fiero de la vida.
Andarán sin cicatrices en los labios,
sin besar como quien se dispara en la boca,
y regresarán a casa cual un animal impoluto.
Sólo los que no aman son libres;
los demás estamos condenados al presagio,
a defender la valentía de un anhelo,
a contar los días de paz y de utopía
para coserse a las pupilas
la bandera blanca de un mañana.
A preguntar a qué hora pasará la vida
y desenterrar una maleta de trenes
llena de hombres cansados.
A levantar cada día una esperanza
y vencer ese terco escalón, ese desierto,
ese doblar la esquina,
esa última puerta...
A alimentar una promesa nueva,
incluso en la duda del olvido,
y desafiar al asfalto, a la guerra, a la muerte,
y enfermar de tiempo o de ternura.
Condenados a elevar la dignidad como un puño,
como un empujón de silencio,
un abrazo tibio en la nieve
o una temible marea de cartón.
Y a beberse despacio las fronteras
hasta el fin de todos los caminos
donde dejar escrito sin más,
como un ave pliega las alas,
tanto amor y…
este poema
Laura Cabedo
Después de leer este poema las palabras quedan vacías y la sangre se acelera al compás de cada verso.
Laura de profesión, Asistente Social, le hace estar comprometida siempre con los más débiles, con esas personas marginadas e invisibles para gran parte de la sociedad.
Su afición a la escriturar se forjó junto a su padre, poeta-pintor, que le mostró la belleza de las pequeñas cosas y en el regazo de su madre, lectora empedernida, aprendió la importancia de expresar con palabras el mundo que lleva dentro.
En cada poema y cada relato Laura se desnuda ante nosotros y nos muestra, con una delicadeza sorprendente, la forma que tiene de concebir la realidad.
Laura es una metáfora que nos invita a la reflexión.
Sin duda, Emilio, es Laura una poetisa total. Y ese poema es extenso e intenso, lleno de matices difíciles de describir con otras palabras, porque ya lo afirma la autora desde el propio título estamos Condenados a la esperanza.