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CARTAS A MARÍA: ETERNOS ECOS DEL MAR


OPORTO



María José Sanz, Cuenca



Oporto, 10 de agosto de 2021



Tu inesperada ausencia es como un letargo invernal que se despereza con los tímidos rayos del sol en primavera. Así eres tú.


Han pasado tres meses desde nuestro último encuentro y tus alas alzaron el vuelo hacia algún lugar desconocido donde mi presencia, junto a ti, estaba prohibida.


Este pesado y lento caminar entre las ramas de nuestro pasado se ha convertido en una tortuosa travesía, amarga como la fruta antes de madurar.


Ayer fue tu cumpleaños, ¿recuerdas?. No lo he olvidado. La noche se ha encargado de recordarme, en sueños, que sigues a mi lado. Solo el azar ha querido que celebremos este día de esta forma tan especial.


No quiero despertarme. Floto en la nube de mi inconsciencia y percibo el aroma del rocío bajo las hojas tiernas del jardín. Recuerdo aquel día en la playa: tu cuerpo desnudo vestido de plata, la piel tersa sobre mi pecho y mis besos recorriendo cada rincón en la oscuridad cómplice de la noche. Las estrellas sonreían mientras observaban nuestras manos inquietas por el deseo.


Acabamos de hacer el amor, como tantas veces. Las sábanas, empapadas de sudor, son testigos del mágico momento. Quiero contarte, en esta última carta, lo cerca que has estado y a la vez tan lejos.


Sin apenas darme cuenta, tus manos han vuelto a acariciar de nuevo mi sexo y tus labios han encontrado esa boca mía sedienta de ti. Ahora, imagino tus cabellos enredados por el jadeo, mientras buscan un lugar donde cobijarse. ¡Cuán cerca queda el lecho y qué lejos tu presencia! Pero hoy, la caprichosa luna ha querido que volvamos a encontrarnos, acariciando tu cálida y dulce piel. ¡Qué regalo tan inesperado sentirme, otra vez, entre tus brazos contemplando tu silueta exhausta después de tanto placer!


No deseo abrir los ojos. Necesito continuar sumergido en lo que fuimos. Sé que es una quimera y no puedo refugiarme en trincheras destruidas por el dolor.


María, la vida ha querido que vuelva a amar, gozar de esas pequeñas cosas que me rodean y me hacen feliz. No me odies por ello.


Siempre serás ese amor arrebatado y turbulento, una historia inacabada, ese sonido en el interior de una caracola repitiendo los eternos ecos del mar.

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