Carlos de la Rica nace en Pravia un 17 de julio de 1929 y su último suspiro llegó el 3 de septiembre de 1997 en Carboneras de Guadazaón.
Con el nacimiento de su hermano Ramón, al que le doy las gracias por su generosidad, y las tensiones políticas tras la proclamación de la República convencen a sus padres de la conveniencia de trasladar su domicilio a Cuenca.
La muerte temprana de su padre, militar de profesión, por las tropas "moras" del bando franquista dejaron en el alma de Carlos una herida permanente y proclamará, durante toda su vida, una lucha constante contra la Dictadura de Franco.
En 1946 ingresa en el Seminario de S. Julián y más tarde, en 1956 se ordena como sacerdote. Ya en el Seminario crea un grupo cultural junto a un puñado de seminaristas: "Gárgola". Comienza su formación literaria con la lectura de autores griegos y romanos que plantarán la semilla inicial para su posterior trayectoria poética.
Pero este gusto por los autores grecolatinos no impidió que su mirada otease otros horizontes y autores más cercanos como Blas de Otero, Juan Ramón, Guillén, Miguel Hernández, Lorca, Aleixandre... fueron apareciendo uno tras otro ante él.
En esta época de rebeldía intelectual el sacerdote abandona las corrientes culturales tradicionales y se rodea de nombres ya consagrados en el mundo poético como Federico Muelas, Ángel Crespo y Gabino-Alejandro Carriedo. Junto a ellos participó de manera activa en el realismo mágico rompiendo para siempre con la poesía sacerdotal.
La presencia de este grupo permanece visible entre monolitos graníticos que rodean la iglesia de Santo Domingo de Silos en la parroquia de Carboneras de Guadazaón donde ejerció su profesión de sacerdote hasta que entregó su alma a Dios.
Una crisis interior lo invade en 1954 y comienza a liderar una defensa de las libertades ante cualquier forma de totalitarismo. No es normal en esa época ver a un sacerdote ante la tumba de Pablo Iglesias y defender la monarquía, con la que siempre tuvo una estrecha relación, como cambio social.
Poco a poco se fue ganando el respeto de las autoridades eclesiásticas y obtuvo el reconocimiento que se merecía. Su vida transcurrió entre sermones eucarísticos, tertulias literarias, conferencia, viajes, encuentros con autores de oriente y occidente.
Carlos era, es y será un adelantado a su tiempo: pintor, poeta, novelista, dramaturgo, ensayista, orador, en definitiva, un humanista universal.
Su obra es extensa: La razón de Antígona, Ciudadela, Roma, Poemas de amar y pasar, Los mimbres de mi cesta, El hallazgo de Simuel, Poemas junto a un pueblo, El mar, Oficio de alquimista, Juegos del Mediterráneo, La salvación del hombre, Cartas astrales...
La sombras de Carlos siempre será alargada y su recuerdo siempre permanecerá entre nosotros como aroma inalterable.
AMANTES:
I
Sobre el saludo el labio/tocando un árbol la mano/ el yugo, la espesura/ la estatua que como piano es pálida,/ nube es/ ser que entre la hierba/ o yedra aparece/ y no se esfuma/ Así hasta que la penumbra cae/ y lo cuerpos vuelven/ con el rigor del tacto/ y del ciego.
II
Para los amantes los insectos/ encendida ascua/ clavo que en la pared colocan/ y viene luego quien dice amarte/ y de verdad te quiere/ tocando la luna/ el pubis/ la miel/ descendiendo el ángel sobre la sábana/ en la cuna donde nacen cada noche/ aquellos ríos que/ los rostros aproximan/ y tiemblan enlazándose.
III
Sentíos al humo
parecidos: amantes
que hacia el fondo
flotáis corriendo
de los lechos.
Y mediano el viento
que pasa como un cuchillo
y nunca logra si éste
o aquél es el
otro cuerpo.
IV
Tan solo los/ amantes saben/ del brazo, trepando la escalera por donde vienen atónitos/ los crepúsculos/ los pájaros estos que viento son/ cuando sueltos./ De tal manera se/ van templando las palabras/ y los deseos/ son uno y único.
V
Oh dador/ ciego diamante poniendo en el torso su fulgor/ el atuendo/ la mono poderosa que habla y sólo herida es del deseo/ la esperanza de poseer/ y tener bastante con la luz/ que el amante trae cuando como un dios con su lanza/ penetra en el mar/ y en él se hunde.
VI
No detengáis el deseo
que es vuestra conciencia,
júbilos, ese redondo ombligo
pozo para el placer
buscando de propósito
la noche. A lomos del animal
llenando de agua el punto
y transformando los lechos
en el ojo infinito
de un dios marino.
VII
Este es también, oh el río,
el reflejo de la tarde
del mundo y de los vegetales.
Huelo yo los encuentros
el halo de los entornos
y al cabo aprendo
que estás ahí
conmigo.
VIII
Retienen la mirada/ los espacios del hombro/ la pestaña que roza el/ otro ojo/ y redondea el tacto/ la brisa que es una lluvia de oro/ posesión de una nave venida de / no sabemos dónde/ y rema por lugares/ que los vientos rozan en la superficie
Comments