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BIBLIOTECAS AMBULANTES


El libro del que os voy a hablar, bien merece la pena que repose en la estantería de cualquier hogar donde la lectura sea el punto de partida para esas personas que comparten espacios.

Leyendo el libro de Irene Vallejo "El infinito en un junco" regreso a mi infancia y echo de menos aquellos autobuses que deambulaban de pueblo en pueblo, entre carreteras sinuosas, buscando ávidos lectores. Eran los llamados bibliobuses que recorrían toda la España rural donde los libros escaseaban.

El capítulo del libro que acabo de leer tiene por título "Bibliotecas ambulantes". Nos relata cómo en la antigua Grecia, los libreros se dedicaban al comercio de los libros por todos los rincones de ultramar. En una palabra, exportaban libros que los escribanos no paraban de copiar.

Los viajeros compraban los manuscritos y se convertían en verdaderos vendedores ambulantes de libros usados.

Hay una cita en el capítulo que no hay que dejar pasar de largo:

"Cuando le vendes un libro a alguien, no solamente le estás vendiendo doce onzas de papel, tinta y pegamento. Le estás vendiendo una vida totalmente nueva. Amor, amistad y humor y barcos que navegan por la noche. En un libro cabe todo, el cielo y la tierra..."


Tenía ocho años y la puerta central del bibliobús, aparcado junto a mi casa, estaba abierta. Una barra central dividía el acceso en dos habitáculos repletos de libros verticalmente colocados sobre estantes con molduras de aluminio.

Era fascinante cuando quedaba atrapado entre tantas historias por descubrir. Mis pasos siempre realizaban el mismo trayecto que había hecho el mes anterior. Los cómics esperaban pacientes mis manos para extraerlos del estante donde cada noche dormían.

Allí estaba el capitán Trueno, esperándome, para contarme su siguiente historia. Sus aventuras transcurrían por la Edad Media, entre caballeros y cruzadas, acompañado de sus inseparables amigos Goliath, Crispín y en ocasiones por Sigrid, su novia, reina de la isla de Thule. Siempre lo he imaginado como D. Quijote, un caballero andante en busca de aventuras para impartir justicia y socorrer a los más débiles.

A su lado se encontraba mi segundo héroe: el Jabato. En la portada posaba junto a Taurus, su amigo, un leñador cubierto de pieles, con un bigote peculiar que lo hacía singular. Como contrapunto a los dos personajes anteriores estaba Fideo, un poeta griego, acompañado siempre de su inseparable lira, atormentando al leñador con sus poemas de cientos de versos. Juntos combatían a la gran Roma para ayudar a los más necesitados.


Siempre quedará en el recuerdo estas historias y la sensación de estar todavía en ese espacio mágico.



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